Una familia de migrantes comenzó a vender comidas tradicionales de su país de origen en las calles del centro de Chicago como una forma de ganar dinero para poder alquilar un apartamento mientras esperan los permisos de trabajo.
Daniela, una madre migrante venezolana quien no quiso revelar su apellido por temor a represalias, comenzó a vender arepas y otros platillos tradicionales en una concurrida esquina en las calles de Chicago hace unas semanas.
Ella dijo que su platillo más vendido son las arepas, que están hechas de masa de maíz molida, formadas en círculos y rellenas de carne y otros ingredientes. Pero también vende una variedad de otros platillos a lo largo del día.
La mayoría de sus clientes, dijo, son otros migrantes que viven en refugios y no tienen acceso a comida caliente o que anhelan comer los platillos que les recuerda su hogar.
“El pabellón que es lo que le estoy dando en la arepa, pero normalmente el plato de pabellón es arroz, caraota negra, la carne mechada, plátano frito, y lleva huevos, queso, y aguacate,” dijo.
Mientras instalaba su puesto de comida una tarde de un jueves reciente, llenó las calles con un aroma picante y pronto se formaron filas de personas hambrientas a su alrededor para comprar comida de sus contenedores transparentes.
Tres o cuatro veces a la semana, Daniela se levanta temprano para preparar la comida y la empaqueta para venderla en el centro de la ciudad. Su esposo la ayuda a transportar la comida desde su apartamento temporal, donde ella cocina todo.
Un migrante venezolano que dijo llamarse Kebin es un cliente frecuente de los recientes vendedores ambulantes que venden platillos tradicionales venezolanos. Dijo que los puestos de comida lo ayudan a sentirse conectado con su país de origen.
“Es fantástico la verdad. Ya que estamos aquí en los Estados Unidos todo queda retraído y aquí la cultura es diferente, la comida es diferente, y gracias a dios que ellos [los vendedores] estan aca y podemos comprar comida de nuestro país,” dijo Kebin. Al igual que muchos otros solicitantes de asilo, no quiso dar su nombre completo después de varios informes de la policía desmantelando los puestos improvisados.
La historia de Daniela es similar a la de muchos otros migrantes que han comenzado a vender comida en las calles mientras esperan los permisos de trabajo. Recientemente, el presidente Joe Biden otorgó el Estatus de Protección Temporal a los migrantes venezolanos y acordó acelerar el proceso de distribución de permisos de trabajo, pero no está claro cuándo obtendrá Daniela un permiso.
La falta de autorización para trabajar ha dificultado que la familia de Daniela se establezca en un nuevo país, dijo.
“No todos los días trabajo porque a veces los policía nos molestan…todavía no tengo el permiso de trabajo y pues yo tengo dos hijos, tengo una bebe que va cumplir dos años y tengo un niño de ocho años y pues toca trabajar de alguna manera o otra”, dijo la madre.
Cuando vivía en Venezuela, Daniela era estudiante. Estudió ciencias forenses, investigación criminal y criminalística con la esperanza de convertirse en investigadora. Cuando emigró a Estados Unidos y llegó a Chicago, comenzó a vender comida para mantener a su familia.
Sin embargo, la policía ha dificultado la gestión de su negocio, dijo. Como ex estudiante en el campo criminal, notó que a veces la policía se excede.
“Hay algunos que son más tranquilos, ellos ven que mientras no haya ningún desastre o desorden no dicen nada”, dijo Daniela. “Pero hay unos que se abusan del poder.”
Hay oficiales que, sin darle una advertencia verbal, tiran su mercancía a la basura, dijo la vendedora. “Les digo que no, porque no somos perros, no somos animales. No le estoy haciendo daño a nadie y no estoy robando”, agrego Daniela.
La Oficina de Comunicación del Departamento de Policía de Chicago dijo en un correo electrónico que no podían proporcionar información sobre cómo responden los agentes a los vendedores ambulantes.
Vendedores ambulantes y lideres comunitarios han presionado por un proceso cultural y financieramente accesible para obtener licencias para inmigrantes que venden comida en las calles, según Martín Unzueta, director ejecutivo y fundador de Chicago Community Worker’s Rights. Pero los esfuerzos han fracasado, lo que ha obligado a muchos a vender sin licencia.
Si bien algunos pueden recibir multas o ser detenidos de vez en cuando, la policía a menudo solo responde si hay quejas, según Unzueta, quien ha trabajado con vendedores durante décadas.
Líderes conservadores como el gobernador de Texas, Gregg Abbott, han enviado a más de 15,000 personas en busca de asilo a Chicago y otras ciudades principales que tienen el estatus de ‘Ciudad Santuario’, según funcionarios de la ciudad. La falta de recursos para la gran cantidad de personas en busca de asilo en Chicago ha causado una crisis humanitaria, y la ciudad y algunos de sus residentes continúan buscando formas de adaptarse.
Si bien algunos migrantes han encontrado alojamiento temporal, la mayoría vive en refugios o estaciones de policía, buscando formas de ganar dinero para eventualmente encontrar un lugar permanente donde vivir por sí mismos.
Daniela dijo que planea seguir vendiendo arepas para mantener a sus hijos. Después de todo, dijo que fue por ellos por quienes emprendió el viaje hacia el norte.
Elizeth Arguelles, una organizadora comunitaria que ha trabajado en su comunidad desde 2016, es hija de vendedores ambulantes que comenzaron vendiendo tamales cuando llegaron por primera vez al país de México, de manera similar a los recién llegados.
Lo primero que hicieron sus padres al llegar a Estados Unidos a principios del año 2000 fue vender tamales en la calle 26. Cuando Arguelles estaba en la escuela secundaria, comenzó a vender tamales con su madre.
“Mi madre se cansó de trabajar para alguien más y no tener libertad, así que decidió que iba a comenzar su propio negocio. Han pasado 15 años desde que empezó a hacer y vender sus propios tamales”, dijo Arguelles.
Según Arguelles, tener la oportunidad de vender su comida le dio a su familia, y a muchas otras como la suya, un sentido necesario de libertad.
“Creo que es lo que la venta de comida crea. Crea una oportunidad para que las personas tomen su propio destino en sus manos en lugar de depender de un trabajo de fábrica o del gobierno”, dijo. “También proporciona una comunidad. Cuando vendes tamales o cualquier otra comida, realmente llegas a conocer a tus clientes, tus clientes se convierten casi en familia. Realmente crea un sentido de tener algo que importa y ser parte de algo”.
Los vendedores ambulantes son una parte vital de la comunidad en Chicago dijo Arguelles. Cuando tenía 17 años, Arguelles fue arrestada por vender tamales para mantener a su familia. En ese momento, recordó, su comunidad se unió y fue en solidaridad con su madre para lograr su liberación. A menudo, los vendedores ambulantes encuentran su fortaleza y sensación de seguridad a través de la comunidad, dijo.
“Los vendedores ambulantes son como un poste de luz. Una vez que tienes un vendedor ambulante en una esquina, eso crea un sentido de seguridad para la gente… También proporciona una conexión con tu cultura”, dijo. “Crea la sensación de que no estás lejos de casa. Hay un pequeño trozo que puedes saborear en la comida o puedes escuchar cuando hablas con ese vendedor”.
Arguelles expresó la importancia de que los migrantes venezolanos tengan la capacidad de vender su comida y conectarse con su comunidad.
“Para los venezolanos, creo que es importante porque les da autonomía y les brinda un pedazo de libertad que quizás no puedan obtener. Cuando vendes algo, conoces a otras personas, te conectas con recursos… brinda un sentido de poder, como ‘¡Puedo hacer esto! ¡Lo tengo!'”.
Chicago es una gran ciudad de comida y tiene algunos de los mejores vendedores de comida callejera, dijo Arguelles. Pronostica que habrá un aumento en los vendedores de comida callejera venezolana en Chicago y espera escuchar algún día historias de éxito de vendedores que hayan podido construir sus negocios y emplear a otros migrantes de la comunidad.
Nota del editor: Esta historia fue editada para incluir la respuesta de la Oficina de Comunicación del Departamento de Policía de Chicago y de Martin Unzueta, director ejecutivo y fundador de Chicago Community Worker’s Rights.