Caminando desde la calle 88th St., hasta la Escanaba Ave., en el sur de Chicago, La Alteña, una carnicería y tienda de productos mexicanos, se encuentra en medio de la cuadra, en el primer piso de un edificio de vivienda.
Hace más de 40 años, Francisco Espinoza abrió una tienda de abarrotes mexicana en la que vende carne y otros productos. Sin experiencia como propietario de un negocio, sabía que tenía que aprender mucho para tener un negocio exitoso.
“Para salir adelante” era la mentalidad y el objetivo de Espinoza a lo largo de su vida.
La tienda de 1,848 pies cuadrados era originalmente propiedad de una familia polaca que administraba una tienda de lácteos y carne. Debido a la historia de la tienda, Espinoza quiso continuar con el legado.
Espinoza llegó a los Estados Unidos desde Guanajuato, México, a los 16 años. Inspirado por el éxito de sus amigos en California, decidió hacer lo mismo.
Al principio, sus padres lo animaron a quedarse en la escuela y seguir una carrera en México. Sin embargo, su madre finalmente le dio su bendición a medida que su deseo de mudarse a los Estados Unidos crecía.
“Desde niño, yo pensaba que yo iba a ser algo”, dijo Espinoza.
Trabajó en varias fábricas en la década de 1970 después de llegar a los Estados Unidos. Inicialmente, Espinoza planeaba abrir un taller de mecánica, pero luego su cuñado sugirió que abrieran una tienda de abarrotes juntos. Así que aprovechó la oportunidad y “se dedicó al 100 por ciento” para lograrlo.
El padre compró el edificio donde ya se encontraba la tienda anterior. Él y su esposa criaron a sus hijos en el segundo piso, sobre la tienda, durante unos 13 años.
Eventualmente, decidieron que él asumiría la mayor parte del trabajo en la tienda, mientras que su esposa se encargaba de sus cuatro hijos en casa.
Muchas veces, dijo, tuvo que sacrificar momentos especiales con su familia para manejar su negocio en su lugar.
A medida que Espinoza continuaba con su negocio de abarrotes, les preguntaba a las personas en la comunidad qué productos les gustaban para entender sus necesidades. Al hacerlo, se convirtió en una figura conocida en la zona.
Durante su tiempo viviendo en el vecindario, Espinoza dijo que el área estaba hecha un “desastre”.
Notaba mucha violencia de pandillas y con frecuencia escuchaba disparos, lo que le hizo considerar cerrar la tienda. Sin embargo, decidió quedarse por los clientes de su comunidad y las personas que luchaban por acceder a alimentos y otros productos mexicanos.
Dijo que nunca consideró mover La Alteña a otro vecindario a pesar de los problemas en la zona.
“¿Por qué mover lo que está funcionando?” dijo Espinoza.
Partes del lado sur y oeste de Chicago son conocidos desiertos alimentarios, áreas que tienen un acceso limitado a alimentos saludables o son demasiado caros.
Dado que La Alteña está en el lado sur de Chicago, es particularmente importante para este vecindario, dijeron muchos clientes. La comunidad alberga a muchas familias negras y latinas que quizás no tienen acceso a cadenas de tiendas de abarrotes cercanas con frutas, verduras y otros productos esenciales latinos a precios accesibles.
Omar Valdivia, un empleado de La Alteña, llama a Espinoza “Don Pancho”. Dijo que Don Pancho lo hace sentir como parte de la familia y trata bien a los trabajadores.
Antes de que Valdivia llegara a los Estados Unidos, dijo que su hermano mayor había estado trabajando en La Alteña durante un tiempo. Su hermano le dijo que, si venía a Chicago, le garantizarían un trabajo allí. Valdivia empezó a trabajar a medio tiempo a los 15 años, esperando quedarse solo un año, y ahora lleva 24 años trabajando en la tienda.
Dijo que disfruta conocer a los clientes regulares de La Alteña y se mantiene al tanto de sus vidas.
Por ejemplo, cada martes sabe que una cierta cliente anciana llamará para hacer su pedido.
Antonio Ramírez, quien es un cliente frecuente, ha estado yendo a La Alteña con su hijo Ricardo Ramírez desde que el era niño.
Mientras vivía en el lado sur de Chicago durante algunos años, un amigo le recomendó a Antonio Ramírez que fuera a comprar su carne allí, y así fue como encontró a La Alteña.
Recuerda que Don Pancho le ofrecía lo que podía, incluso abriendo la tienda temprano para dejarlo escoger carnitas antes de que llegaran los demás clientes.
Sus clientes dicen que Espinoza a veces les prestaba dinero, les cambiaba cheques a aquellos que no podían ir a casas de cambio y hasta les ofrecía una línea de crédito.
Con una tienda de abarrotes a una cuadra que ofrecía mucho más que solo productos alimenticios, la familia Ramírez no pensó en ir a otro lugar.
Ramírez y su hijo siguen yendo a La Alteña incluso después de mudarse a Calumet City. “Sí tiene buena carne, pero al mismo tiempo, él hizo su raya por su personalidad. Por eso mucha gente siempre va para atrás”, dijo Ricardo.
Espinoza quiere que su tienda continúe operando en el vecindario incluso después de que él ya no esté.
Dijo que está feliz con la vida que ha construido en los Estados Unidos, con él mismo, su familia y su negocio.